Hoy voy a hacer una excepción en la regla que tengo de mantener la vida
no-rolera alejada de la vida rolera y voy a hacer una entrada de hartazgo
Después, haré otra entrada que tenía prevista sobre Savage, pero ahora no me da
la gana
Si esperas algo rolero, en esta entrada no lo hay
Verás, en ésta época que vivimos ahora, de comunicaciones
globales e internet, en la que las noticias ocupan titulares a mansalva durante
un par de días y luego son sustituidas por otras más de moda (antes pasaba lo
mismo, pero más despacio, recuerdo que el “Crimen del rol” fue cediendo paso
lentamente en los informativos a “La bacteria asesina”, una bacteria que se
comía la carne y que podía infectar casi cualquier cosa… otro bluff, vamos),
vemos ahora los incendios en Galicia. Tanto salen que han conseguido desplazar
al conflicto Catalán. Y si bien es cierto que, esta vez, los incendios han
alcanzado cotas que hacía mucho que no alcanzaban, también es cierto que ni los
incendios, ni los desastres ecológicos son nuevos para Galicia. Tampoco lo
es la acción popular conjunta que tanto alaban en las noticias, ni tampoco es
exclusiva de Galicia, ni mucho menos, pero de eso hablaré un poquito más tarde.
Aquí en Galicia sabemos de tres cosas desde que nacemos:
mar, monte y fuego. No digo que todo el mundo sea un experto, pero el
conocimiento general que se tiene es más amplio que en otros lugares. ¿Por qué?
Porque lo vivimos cada año de nuestra vida, y sinceramente, algunas veces
cansa. Un gallego puede marcar las etapas de su vida por los desastres
ecológicos que ha vivido (sin contar los incendios forestales, que esos son
cada dos por tres). Voy a contaros los míos:
Urquiola
Año 1976 (sí, ya
tengo unos añitos). El petrolero
Urquiola naufragó en Coruña. Vertió 100.000 toneladas de petróleo directamente
a la costa. El petróleo prendió fuego y de paso hubo explosiones, el pack
completo, vamos.
Era mi época de pre-escolar, tenía cinco años. No tengo
demasiados recuerdos de esos días, pero recuerdo ir al Colegio Montessori y que
parecía que era de noche. A las horas de entrar nos mandaron para casa de
vuelta. También recuerdo ver a la gente
mirando el incendio del mar desde la costa. Eran otros tiempos, gente más ruda
y más inconsciente de lo que pasaba.
Casón
Año 1987. Este
barco naufragó frente a las costas de Finisterre. Transportaba 1.100 toneladas
de materiales inflamables y/o explosivos (sodio metalizado, butanol, aceite de
anilina…). ¿Habéis visto alguna vez un barril correr sobre el mar? Funciona de
la siguiente manera: el barril tiene una fuga (muchos la tenían, no sé como
cojones no explotó todo el barco durante la travesía), el sodio metalizado (por
poner un ejemplo) que entra en contacto con el agua crea una mini explosión y
lanza el barril un poco más cerca de la costa, cae otra vez y causa otra mini
explosión, y así una y otra vez hasta que llega a la costa, donde puede
explotar en tu casa.
Este fue el desastre de cuando estaba en el instituto. Mi
colegio fue durante unos días lugar de acogida para gente que había sido
desalojada de sus casas por si acaso. Por eso para nosotros no es nuevo, ni
raro, lo de los hoteles ofreciendo sus habitaciones de forma gratuita a los
desplazados por los desastres o la gente compartiendo sus pisos.
Unos años más tarde, en Zaragoza, cuando estaba haciendo un
curso sobre explosivos, el profesor nos preguntó a un grupito que a qué se
debía que supiésemos tanto sobre fuego y explosivos.
- Somos gallegos –contestamos.
- Ah, claro –fue su respuesta.
Verídico. Lo juro.
Mar Egeo (Aegean Sea)
Año 1992. Lo de
siempre, que si no has hecho caso, que si es que el mar estaba muy mal, que si
culpa tuya, que si culpa del otro… la cuestión es que el petrolero se encalla
contra la mini-península donde está la Torre de Hércules (justo a los pies de
ésta). Se vierten unas 11.000 toneladas de crudo al mar, hay una explosión en el
barco y comienza a arder junto a 50.000 toneladas de crudo más.
Esta es el de la época de la universidad. El barrio de
adormideras (colegio y esas cosas incluidas) fue desalojado, y tuvimos que
sacar de allí a mis abuelos. La ciudad cubierta de humo (otra vez), la torre
negra como un chamizo y los restos del barco durante muchos años allí,
encallados junto a la torre, oxidándose.
Prestige
Año 2002. Este
seguro que te suena. Es ese de los “hilillos como de plastilina” que decía
Rajoy. 63.000 toneladas vertidas al mar, 21.000 de ellas en las primeras
veinticuatro horas. Aquí surge el “Nunca Máis”, tanto el concepto (que diría
Manquiña) como la plataforma de petición de responsabilidades.
Este me cogió ya en mi etapa laboral. En esta época iba de
trabajo en trabajo buscando uno estable. “Nunca máis” surge del hartazgo, de
ver como una y otra vez nuestro mar y nuestras costas son vertederos en los que
puede pasar lo que sea, porque los responsables salían siempre prácticamente de
rositas.
Otra cosa es la gente. Las cosas que salen en la televisión
de solidaridad y cadenas humanas no son nuevas, ni son exclusivas de Galicia,
el ser humano demuestra que lo es frente a la adversidad, haya nacido donde
haya nacido. Aquí en Galicia, cuando la gente se pone en marcha, lo hace de
verdad, ya sea para extinguir un fuego, para limpiar una playa de crudo o para
salir a pescar chapapote en los barcos para que no llegue a la costa.
Que sí, que somos los del “depende”, los del chiste que “te
encuentras a un gallego por una escalera y no sabes si sube o si baja”. Lo que
ocurre es que lo habéis entendido mal. El gallego sí que sabe si está subiendo
o bajando, y sí que sabe lo que piensa, lo que pasa es que no nos sale de los
cojones decírtelo (¿para qué quieres saber lo que me preguntas?, ¿a ti que te
importa si subo o si bajo?), pero no te preocupes que si tengo que hacer algo
lo voy a hacer.
Por eso, señor Feijóo y señor Rajoy, el mejor acto que
pueden hacer es darnos medios para que resolvamos las cosas. Están geniales
todas esas declaraciones con frases impactantes, y que se desplacen a los
sitios para hacerse fotos y mostrarse solidarios con los sentimientos de la
población, pero cuando ustedes se van para sus casas, el monte que hay junto a
la mía (o la de mi familia, o la de mi vecino, o la de mi amigo) ya no está.
Ese monte que nos da oxígeno y favorece el que llueva ha sido sustituido por
una mancha negra. Busquen a los culpables, por supuesto, pero desde YA debe
comenzar un plan de re-forestación masiva en el que todos, como el gran pueblo
que somos, podamos participar.
Y después, pongan medios para que esto no ocurra de nuevo.
No dejen que se recalifique el terreno quemado para que pueda ser urbanizable,
no permitan que la madera proveniente de incendios pueda venderse. Así, entre
todos, lo lograremos… Nunca máis.
No hay comentarios:
Publicar un comentario